La dulce espera que se convirtió en maratón
De un embarazo "imposible" a una inducción de emergencia por preeclampsia: Mi cuerpo me enseñó que la maternidad no tiene manual.
Lolita Rivera
10/13/20253 min read
Hola, Tribu de Mamás Conscientes,
Como saben, además de psicóloga, soy mamá. Y antes de adentrarnos en estrategias de salud mental o crianza, quiero compartirles el inicio de esta maravillosa, aunque a veces caótica, aventura: Mi embarazo, el que no iba a ser.
El milagro que vino con turbulencias
Mi embarazo fue un sueño largamente anhelado, sobre todo después de que en mi natal Ecuador me dijeran que concebir sin un tratamiento sería casi imposible. La noticia fue, por lo tanto, una explosión de alegría y una gran sorpresa. Estaba lista para el viaje.
Los dos primeros trimestres, dentro de lo normal, fueron llevaderos. Es cierto que el primero fue una batalla contra las náuseas, lo que me hizo perder bastante peso. Pero como afortunadamente ya traía mis "reservas" de antes, los chequeos indicaron que todo iba bien. El segundo trimestre fue la calma antes de la tormenta, ese momento de glow que todas las embarazadas disfrutan.
La alarma del tercer trimestre
Pero la tranquilidad se desvaneció al entrar en el tercer trimestre. De repente, mi cuerpo empezó a encender luces de alerta que mi doctora no pasó por alto:
Mareos constantes.
Cosquilleo y hormigueo en las manos.
Pies hinchados (y no era solo la retención normal).
Imposibilidad de caminar sin que la panza se endureciera y sin quedarme sin aliento.
Aunque por sí solos muchos de estos síntomas parecen normales en la recta final, la combinación de señales se hizo seria: presión diastólica persistentemente alta y los niveles de azúcar disparados, resultando en un diagnóstico de Diabetes Gestacional.
La rutina del control semanal
Mi vida se convirtió en una constante medición. Me recomendaron controles semanales por una posible preclamsia. Empecé a registrar mi presión arterial tres veces al día, un hábito que a mi doctora le encantó porque le dio un panorama claro de la fluctuación de mi presión.
Y mientras me decían que "caminar es bueno", mi cuerpo decía otra cosa. Cada paso me provocaba contracciones. En medio de esta situación, llegó la tentación encarnada: ¡unas deliciosas empanadas de verde con ají (chile) al estilo Manabí! Fue el cielo al comerlas y el infierno al día siguiente. (Dato de mamá: Nunca supe que el ají podía desencadenar contracciones. ¡Pero esa anécdota merece una entrada completa!)
El adelanto inesperado
Con extremo cuidado, llegamos al control del 30 de octubre. Yo ya sabía que mi presión tendía a subir en las noches, pero en el hospital, el tensiómetro no mintió: estaba muy alta. La decisión fue inmediata: ingreso e inducción de parto, justo a las 36 semanas.
¡36 semanas! Mi fecha de parto era para el 21 de noviembre. No había preparado la maleta, no había terminado de ver las clases de parto... ¡Me sentía completamente abrumada e indispuesta!
Pero, al mismo tiempo, la emoción de saber que conocería a mi bebé en cuestión de horas borraba cualquier miedo.
💡 Mi Herramienta de Supervivencia 💡
Quiero hacer una pausa para recomendarles lo que me salvó durante esas semanas de incertidumbre. Para mis registros, compré un tensiómetro que se conectaba al celular por una app. No solo guardaba automáticamente la fecha y hora de cada toma, sino que usaba un código de colores para indicar si la presión estaba elevada o no. La tabla de fluctuaciones era un oro para mi médico. Es muy fácil de usar, ¡y cuando dejé de necesitarlo, se lo regalé a mi bisabuela


Y con esta adrenalina, las dejo por ahora. En mi próxima "Columna Dominical" les contaré la frenética experiencia de mi parto inducido y cómo, a pesar de la prisa, logramos tener un encuentro inolvidable.
Cuéntame, mamá: ¿Tuviste un embarazo con sustos inesperados? ¡Te leo en los comentarios!


